Ávila, a vuela pluma es el título de la selección de fotografías aéreas de Ávila tomadas en 1958 reproducidas en las primeras crónicas que aquí recogimos. En todas ellas, la muralla configura la silueta de la ciudad y se convierte en el referente histórico de su evolución y testigo inmutable de su devenir, y así lo atestiguan las siguientes líneas que escribimos entonces:
La fotografía, como fuente histórica y del conocimiento que tenemos de la muralla, ha sido de gran utilidad para los distintos arquitectos que han intervenido en su conservación y restauración. Tanto que estos cualificados artífices se sirvieron también de los retratos que ellos mismos hicieron para documentar las distintas transformaciones producidas en la muralla. Estas imágenes constituyen entonces un fondo singular que bien merece el reconocimiento a sus autores.
La representación gráfica de la ciudad encuentra en las guías turísticas un extraordinario escenario gracias a la fotografía de autor, y buenos ejemplos los encontramos en la Revista Geográfica Española (1951), en la guía de Ávila de 1957 que publicó Camilo José Cela con fotografías de Eugen Haas, en las fotos de Nicolás Muller cuyas imágenes abulenses junto a las de Loygorri se, ncluyeron en Rutas de España (1963), en la guía de 1965 de Luís Belmonte con fotografías del abulense Antonio de la Cruz Vaquero.
Ávila se convierte en un escenario privilegiado para la literatura de la mano del ganador del premio Nadal de novela de 1947, Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada, donde se incluye la emotiva visión Ávila: “La ciudad amurallada, quieta en aquella tarde de noviembre, ofrecía desde allí un aspecto misterioso. Caía por sus extremos como si estuviese colocada a horcajadas de alguna gigantesca cabalgadura. La catedral y otros edificios altos se empinaban, destacando sobre las casas vecinas… La ciudad ebria de luna, era un bello producto de contrastes. Brotaba de la tierra dibujada en claroscuros ofensivos. Era un espectáculo fosforescente y pálido, con algo de endeble, de exinanido y de nostálgico.
Con la institucionalización de los Patronatos de Turismo en España en 1930 se empezó a promocionar la ciudad y su muralla a través de publicaciones y folletos, donde la literatura dejaba paso al lenguaje visual. A esta idea contribuyeron enormemente las fotografías de Ávila que hicieron Antonio Prast, el Marqués de Santa María del Villar, Otto Wunderlich, José Mayoral Encinar, Pelayo Mas, Loty, Josep María Lladó, Mariano Moreno, Rodríguez, Marín, A. Verdugo, Joaquín del Palacio “Kindel”, José Mª Velayos y Santos Delgado, así como los libros de fotografías de Ignacio Herrero de Collantes (Marqués de Aledo) y de Emmanuel Sougez, y las guías de Ávila de Santiago Alcolea (1952) con fotografías del archivo Mas, de Camilo José Cela con fotos de Eugen Haas (1957), y de Luís Belmonte con fotografías de Antonio de la Cruz Vaquero (1965), entre otras.
La difusión y divulgación de la imagen fotográfica es una de las características intrínsecas a la propia fotografía. Es decir, la fotografía se concibe para ser mostrada y expuesta, y a través suyo se quiere enseñar y se procura aprender en un diálogo siempre buscado por el fotógrafo.
Las guías artísticas e históricas pronto utilizaron la fotografía como un elemento sustancial de su contenido, a pesar, a veces, de su escasa calidad. Los deseos de promoción turística de Ávila y su muralla propiciaron la aparición de diversas publicaciones y guías que incluían imágenes y vistas de una ciudad monumental y pintoresca.
La imagen de las murallas vistas desde la lejanía constituye las señas de identidad de Ávila, y así, la revista Estampa del 28 de febrero de 1928 encabeza el artículo ilustrado por Wunderlich con esta vista bajo el título “Las Murallas de Teresa”, el cual encabeza un texto de José Sánchez Rojas que añade: “Son de oro durante el día y de plata alumbradas de noche por la luz lunar, titulo de texto que firma recias y fuertes son estas graciosas murallas medievales”.
Los acontecimientos que habitualmente se sucedían en la ciudad no eran tan extraordinarios como para atraer a los intrépidos reporteros gráficos madrileños, por eso resultó sorprendente su presencia en marzo de 1922 para cubrir los actos del Centenario de la canonización de Santa Teresa, pues ello demostraba la importancia de la conmemoración. Dichos actos fueron retratados por Julio Duque y José Vidal, miembros del llamado grupo de los héroes del reportaje fotográfico, en el que se aglutinaban jóvenes que sorprendían por su intuición y su buen hacer, además de por el fotógrafo abulense José Mayoral Encinar,
La estela de imágenes de los fotógrafos extranjeros Clifford, Laurent y Lévy, fue seguida a en el siglo XX por el austriaco Alois Beer (1900), al que siguieron los alemanes Kurt Hielscher (1915) y Otto Wunderlich (1920); los estadounidenses Arthur Byne y esposa (1915-1918), Arnold Genthe (1922), Ruth Matilda Anderson (1923-1930), Kidder Smith (1957) y Eliot Elisofón (1962); los franceses Jules Richard (h.1900-1920), Henri Guerlin (1914), Marcel y Jane Dieulafoy (1901-1920), Maurice Legendre (1936), Jean Dieuzaide – Yan de Toulouse (1954) e Yvonne Chevalier (1956); y la también austriaca Inge Morath (1955). Todos ellos tomaron Ávila como turistas y descubridores de nuevas tierras, y dejaron su impronta gráfica de la ciudad que les acogió en importantes obras y fondos fotográficos que ya forman parte de la historia de la fotografía en España.