
La recreación plástica y visual de los paseos y jardines de Ávila tiene uno de sus mayores exponentes en la fotografía, y más concretamente en las fotografías antiguas y en las viejas tarjetas postales que tanto proliferaron en la primera mitad del siglo XX. A través de ellas observamos la querencia ciudadana por estos espacios que alcanzaron para los viajeros la misma relevancia que los monumentos de la ciudad histórica.
La representación gráfica de Ávila y sus jardines se encuentran su reflejo en los distintos planos que se hicieron de la ciudad a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Además, también aportan información valiosa los proyectos que hicieron los arquitectos municipales sobre distintas intervenciones realizadas a para atender el embellecimiento y mejora de los parques urbanos con los que señoreaban sus habitantes.
Los jardines y paseos de San Antonio, el Recreo y San Roque surgen santificados por los fundadores de los conventos de San Antonio, Santa Ana y Las Gordillas, y a la sombra de los paredones de sus huertas, aspecto que destacó Antonio Veredas:
“Entre todos los innumerables paredones abulenses, ninguno es tan popular y favorecido por la amistad general como los que se extienden al largo del paseo de San Roque y del jardincillo del Recreo, con sus bancos corridos que yo comparo a las repisas que hay en algunos hogares, abarrotadas de muñequitos y otras lindezas” (“Cuadros abulenses”, 1937).
Ávila, 11 de diciembre de 2020.- El Ayuntamiento de Ávila mantiene abierto hasta el lunes 14 de diciembre el plazo de votación para seleccionar el proyecto que se ejecutará en la ciudad en el marco de los Presupuestos Participativos 2021, dentro de la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (Edusi) de Ávila.


Desde la perspectiva que ofrece la línea del ferrocarril, Santayana describe la fugacidad de la imagen con la misma precisión que un disparo de retratista:
“Cada vez que, viniendo de París en las décadas de 1880 y 1890, después de mi segunda noche en tren, me advertía el amanecer que debía estar acercándome a mi destino, era siempre latiéndome el corazón como buscaba los nombres de las últimas estaciones, Arévalo, luego Mingorría, tras la cual, en cualquier momento, podía esperar ver a la derecha las perfectas murallas de Ávila en suave declive hacia el lecho del río invisible, con todos sus baluartes reluciendo claramente a los horizontales rayos del sol y la torre catedralicia en el centro, sobresaliendo sólo un poco sobre la línea de las almenas y no menos imperturbablemente sólida y grave.