Mercado grande. Crónica 13 El campo invade la ciudad

 

13. Crónica 13 La transformación de la ciudad durante los días de mercado es un recuerdo inolvidable para los viajeros y los propios abulenses, pues no en vano tanto el Mercado Chico como el Mercado Grande ejercen una especial atracción visual y sentimental que siempre permanece en la memoria.


Por ello, cuando el filósofo y pensador Jorge Santayana escribió sus memorias, enseguida le asaltó la imagen que ofrecía el mercado semanal de los cosos de San Juan y de San Pedro a principios de siglo:

“El campo invade la ciudad todos los viernes por la mañana, y llena el mercado de campesinos y mercancías rurales. Llegan al amanecer en grupos desde sus pueblos, montados en sus temblorosos borriquillos, a la grupa el hombre o la mujer detrás de las alforjas de mimbre cuádruples, rebosantes de tomates colorados, de pimientos verdes y rojos relucientes, de lechugas y garbanzos o patatas de color terroso… No era sólo hortaliza lo que estos campesinos autosuficientes llevaban al mercado: había también gran cantidad de prendas de fabricación casera, como alpargatas con suela de cuerda, y cacharrería campesina, botijos y cántaros relucientes de nuevos y no menos lisos y rotundos que los maravillosos melones y las sandías de pleno verano”.

“De todo el territorio avilés llegaban también sus gentes con el fin de adquirir lo que para la semana precisaban, recueros, acemileros y comerciantes. Hoy -escribía Antonio Veredas en 1935- sólo comprende el mercado, que continúa celebrándose los viernes, los artículos que producen las huertas de los arrabales de la capital y algunos pueblos del territorio, más ganados y baratijas de quincallero. Esto no obstante, todavía resulta ese día en Ávila extraordinariamente animado y de gran color regional; no faltando interesantes tipos serranos y morañegos, con sus listadas alforjas al hombro; los carros de mulas, yuntadas a la usanza de hace cuatro o cinco siglos; los grupos de borricos en las puertas de los mesones; los sacamuelas; los músicos callejeros; el romancero de crímenes espeluznantes; los tullidos, proclamando a gritos sus calamidades; la familia pueblerina que viene ‘de vistas’ y, en fin, el cura de aldea, envuelto en su capote de campo y montado en pacífico corcel”.

En la década de 1950 llenan los mercados semanales del Grande y el Chico los morañegos, serranos y gentes del resto de la provincia, que se trasladan a la ciudad, con sus alforjas al hombro, montados en burros o carros de mulas, constituyendo bellas escenas costumbristas de las que se han recogido diversos motivos y tipos populares por afamados pintores españoles como Zuloaga, López Mezquita, Chicharro y Veredas, decía la guía de Luis Belmonte.

La imagen campesina que presenta la ciudad cada viernes de mercado todavía se mantiene hoy día, si bien ya sólo se localiza en la plaza del Mercado Chico, mientras que en el Mercado Grande se dan cita las gentes de los pueblos para disfrutar del viernes y la compañía, alternando en animada conversación.

Jesús Mª Sanchidrián Gallego

(Foto: Plaza del Mercado Grande. Día de mercado, López Beubé, 1928)








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